Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 9 de diciembre de 1869
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Ochoa
Número y páginas del Diario de Sesiones: 178, 4.605, 4.606
Tema: Derogación de la ley de suspensión de garantías constitucionales

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): El Sr. Ochoa, a pretexto de combatir el dictamen sobre proyecto de ley por el que el Gobierno renuncia a las facultades extraordinarias que las Cortes Constituyentes, en uso de su soberanía, le concedieron, nos ha hablada de todo menos de aquello que era pertinente a la cuestión. Pero como quiera que S. S. ha dicho que no se levantaba a combatir al Gobierno por la conducta que haya observado durante las críticas circunstancias porque ha atravesado el país; como quiera que S. S. nos ha dicho que no se levantaba a censurar el mal uso que este Gobierno haya hecho de las facultades extraordinarias que las Cortes Constituyentes depositaron en sus manos yo tampoco me levanto a defender al Gobierno de los ataques de S. S. por su conducta en las críticas circunstancias que hemos atravesado. Pero S. S. nos ha hablado de otra porción de cosas que, aunque inoportunas, no puedo dejar sin contestación, sin que por eso vaya a desflorar en poco ni en mucho, el gran debate, que el sábado ha de haber aquí y en el cual piensa tomar parte S. S. Entonces, pues, me prometo contestarle tan cumplidamente como cumplida sea la parte que en él tome. Sin desflora en nada la cuestión que ha de tratarse el sábado en toda su extensión, una vez que el Sr. Castelar, en nombre de la minoría republicana, tiene anunciada una interpelación para censurar la conducta del Gobierno en los acontecimientos pasados, en cuyo debate ha de tomar parte también la minoría absolutista, esperando el Gobierno que una y a otra ha de dar contestaciones cumplidas y satisfactorias, voy a contestar brevemente a algunas de las indicaciones que ha hecho el Sr. Ochoa.

¡Paciencia es necesaria para oír a S. S. quejarse de las arbitrariedades y de la dictadura del Gobierno contra el partido absolutista durante las circunstancias normales cuando no existía la suspensión de las garantías! ¡Apenas hay paciencia para oír de los labios del Sr. Ochoa esas quejas a nombre del partido carlista, que ni un momento que ni un instante ha dejado de conspirar, ni antes ni durante la suspensión de las garantías! Se queja S. S de la arbitrariedad y del rigor del Gobierno para con el partido carlista, para ese partido que no deja ni un instante de conspirar que lo hace descaradamente, que lo hace de una manera cínica, sin duda para obligar al Gobierno a tomar disposiciones enérgicas, y que hoy mismo se ocupa en comprar fusiles, en proporcionarse municiones, en reparar sus huestes y en aprestarse a la batalla; y ayer mismo en un pueblo de Castilla la Vieja se ha andado a gritos a los gritos de ¡Viva Carlos VII! Y sin embargo, S. S. se queja de la arbitrariedad del Gobierno para con ese pacífico y legal partido.

Pues el Gobierno, no sólo ha cumplido religiosamente los preceptos de la Constitución respecto al partido carlista, sino que ha hecho más: no ha querido oponer obstáculo alguno a los trabajos revolucionarios de los carlistas para que apareciese más evidente y más palmaria su impotencia. Lejos de oponer obstáculos a lo que S. S. ha llamado funciones de desagravios, ha dejado que en las funciones se predique lo que no se debía predicar, y ha permitido que a la sombra de esas predicaciones se continuara afilando la espada del fanatismo para que pudiera mejor demostrarse que en los tiempos que alcanzamos la espada del fanatismo es la espada de Bernardo, que ni pincha ni corta.

Es más, señores: el Gobierno no ha querido quitar a los carlistas las halagüeñas esperanzas, ni las ridículas ilusiones que tenían de contar en favor de su causa con todo el país, con todo el ejército y creo que hasta con todo el Gobierno, para que él mismo encontrara el desengaño, viendo que ni ahora, ni nunca puede contar más que con que ha contado hasta aquí, con unos cuantos soñadores de rancias preocupaciones sostenidas al calor del añejo derecho divino; con cuatro curas fanáticos, cuatro malos estudiantes de seminario, cuatro imbéciles sacristanes y algunos pobres e incautos labriegos.

Pues bien: a la sombra, no sólo del respeto que el Gobierno ha tenido a la Constitución con referencia al partido carlista, como con referencia a todos los partidos, no a la sombra de la tolerancia del Gobierno, el carlismo creyó que habla llegado su hora, preparó sus huestes se aprestó á la batalla. D. Carlos, acompañado de su estado mayor de generales, de curas y de frailes, viene precipitadamente a la frontera (El Sr. Muzquiz pide la palabra en contra.) D. Carlos, repito, acompañado de su estado mayor de generales, de curas y de frailes, viene precipitadamente a la frontera con la ilusión de que en el momento que pusiera el pie en la tierra española, nada ni nadie se le resistiría, y de que en brazos de los españoles sería transportado a la corte de las Españas en carrera triunfal, interrumpida sólo por el paso de los arcos de triunfo, coronados de vírgenes doncellas, que vestidas de blanco, suelta la cabellera y derramando flores, hicieran resonar los aires con los alegres himnos de la bienvenida.

Pero ¡oh vanas ilusiones! Llega D. Carlos a la frontera; pone en efecto el pie en tierra española; hace una cruz en un alcornoque: dispara un tiro, puesto que había ofrecido disparar el primero, y nadie contesta, y las esperanzas que había traído desaparecen envueltas en la niebla de las alturas de los Pirineos. Desvanecidas tan halagüeñas ilusiones, la sublevación estalla; pero los grandes recursos con que el partido carlista contaba, las considerables plazas fuertes cuyas puertas creía abiertas, y la gran parte del ejército por su causa comprometida, y inmensa masa del pueblo español que le esperaba con sus brazos abiertos, todo, todo, queda convertido en humo y reducido a una algarada ridícula, cuyo triste fin fue digno del carlismo, y ha demostrado a los espíritus novelescos que todavía sueñan con la resurrección de los tiempos del derecho divino, que la España de hoy, a pesar de haber estado por tanto tiempo envuelta en las tinieblas de la oscuridad, ha aprendido lo bastante para saber apreciar en lo que valen los resplandores del derecho moderno y la luz de la libertad.

No he de decir yo por esto que la sublevación no [4605] trajera una conmoción al país; es más: no sólo conmovió al país, sino que aumentó grandemente la perturbación producida por otros varias complicaciones, porque, a fin y al cabo, obligó al Gobierno a una lucha grandemente desventajosa. No tuvo el Gobierno que luchar contra un ejército numeroso e imponente, no; para 20.000 hombres bastan y sobran 20 batallones de cazadores, y todo es cuestión de una batalla, sino contra 70 ú 80 guerrillas esparcidas por todo el territorio, llamando la atención del uno al otro extremo de la Península, haciendo necesario el despedazamiento de nuestro ejército; y para esto no bastan sólo 20 batallones de cazadores: es necesario además la previsión del Gobierno, el celo y la energía de las autoridades, el esfuerzo y el sufrimiento del ejército el buen espíritu del país; pero el buen espíritu del país el celo y patriotismo de la fuerza ciudadana, el valor y sufrimiento de nuestros soldados, la energía y la vigilancia de las autoridades, la previsión del Gobierno, dieron bien pronto al traste con una insurrección que, si bien no se presentaba imponente por los medios con que contaba, se ostentó con cierto carácter peligroso por la extensión con que se inició, por el fraccionamiento en que se presentó: y sobre todo, por las circunstancias críticas que el país atravesaba.

Pero ¿qué querían entonces los carlistas? ¿Qué quiere hoy que, como he dicho, vuelven a agitarse, vuelven a moverse; compran armas, reúnen municiones, las traen a España, las distribuyen entre sus huestes y se aprestan a la batalla? ¿Qué querían entonces y qué quieren hoy? ¿Acaso no saben los carlistas que la España de hoy ha dado por resultado con el sufragio universal el sistema político más liberal de cuantos se conocen en nuestros días? ¿No saben que por ese medio, no saben que por ese camino no podrán nunca conseguir, si acaso, más que renovar la guerra civil en un país destrozado durante más de cien años por las guerras más sangrientas y más estériles de Europa, merced a los desaciertos de la dinastía borbónica, que, desconociendo leyes y conculcando Constituciones, ha anegado las comarcas españolas en sangre de españoles por españoles, de hermanos por hermanos de padres por hijos derramada? ¿No saben eso? Y si lo saben, ¿por qué insisten? Por insistir, pues, en ese camino tan fatal para España, por eso la causa carlista es una causa abominada, por eso es una causa abominable.

Y ¿qué quería antes D. Carlos? Y ¿qué quiere hoy? ¿Es que quiere, como decís vosotros, la corona de España para hacer la felicidad de los españoles? ¿La quiera para eso? Pues preténdala en buena ley. Abiertas tiene la puertas de la legalidad, soberana es la opinión pública que apele a la legalidad y a la opinión pública para hacer valer sus pretensiones que se someta a la soberanía de pueblo. Y a lo que la ley y la opinión pública en definitiva determinen. De esta manera, si no llega a conquistar la corona de España, conquistará por lo menos el aprecio de los españoles: obrando así, si no consigue adquirir el título de rey, adquirirá a lo menos el título de buen ciudadano. Pero si en vez de esto se empeña, como se ha empeñado hasta aquí, en obtener por la fuerza lo que la razón le niega; si en vez de reconocer la soberanía del pueblo, se empeña en imponerse por la fuerza a esta soberanía; si en vez de buscar la realización de sus aspiraciones en el terreno tranquilo del debate y en el número de votos, se empeña en arrancarla en el campo de batalla por el del número de las bayonetas; si en vez de reconocer y acatar la opinión pública, quiere, insensato, renovar hoy con el mismo nombre, bajo la misma bandera con los mismos generales y hasta con el mismo cortejo de frailes y curas, aquella guerra fratricida de siete años, en la cual cada liberal fue una víctima, para traer nueva paralización al comercio, y a la agricultura nueva esterilidad, y nuevo marasmo a la industria, y a la idea nueva tortura, y a la libertad nuevo tormento, entonces vuestro candidato es, o un imbécil, o un malvado. Sí: es un imbécil, o un malvado, porque entonces quiere una corona por el gusto de tenerla, no para hacer la felicidad de los españoles; porque entonces quiere una corona contra los españoles; porque entonces quiere una corona, cueste lo que cueste, a todo trance; porque lo que quiere es una corona, siquiera al ceñírsela encuentre, en vez de una corona real, la corona fúnebre del frío sepulcro de un pueblo muerto. Sí: es un imbécil, o un malvado, porque entonces lo que quiere es reinar por reinar, no por hacer la felicidad de los españoles; lo que quiere es reinar, cueste lo que cueste, a todo trance, siquiera para ello tenga que sentarse en un trono que, en vez de estar basado sobre las simpatías de un pueblo libre, próspero y feliz, se levante repugnante sobre el asqueroso montón de ruinas, escombros, cenizas, sangre y cadáveres de un pueblo infortunado.

Y en tal caso, desengáñese el Sr. Ochoa, desengáñense sus correligionarios los carlistas, su causa será abominable y abominada, y cuantos mayores sean los esfuerzos que hagan en su favor, tanto menores y más tristes para ellos han de ser sus resultados, porque su desgraciado candidato encontrará en la Nación española, desventurada sí, pero altiva, en vez de partidarios sinceros, enemigos encarnizados; en vez de cariño, odio; en vez de simpatías, horror, y en vez de la corona de un rey, la maldición de un pueblo.



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